sábado, 31 de mayo de 2014

¿CUÁNTOS MUERTOS MÁS NECESITAMOS?

En el año 2000, un día como cualquier otro amanecimos con la noticia de que un grupo insurgente se había tomado el municipio del Salado Bolívar, al que convirtieron en un matadero al mejor estilo de una película de terror. En ese febrero escarlata, el bloque norte de las autodefensas, comandado por alias “Jorge 40”, asesinó a más de 100 habitantes de ese corregimiento, incluida una niña de 6 años y una mujer de 65. Las muertes ocurrieron en la plaza del pueblo y a la vista de todos, donde ubicaron una mesa de torturas y sacrificio que ha quedado en la memoria de sus sobrevivientes. En esa masacre fueron asesinados dos familiares, Rosmira y su hijo Luis, a quienes recuerdo como si aún estuvieran vivos.

Pocos meses después, y a 30 minutos de ahí, la guerrilla de las Farc detonó una bomba en una ferretería del municipio de El Carmen de Bolívar, a cuyos dueños este grupo insurgente les estaba cobrando una extorsión no correspondida. Y como siempre los inocentes pagamos por una guerra que no nos pertenece, la explosión cobró la vida de tres niñas entre 13 y 14 años, quienes justo pasaban por el lugar del siniestro. Una de las víctimas fue mi prima hermana María Angélica, a quien igual recuerdo como si estuviera viva.

Cuál tragedia pesa más, ¿una protagonizada por la guerrilla, o la otra no menos dolorosa emprendida por los paramilitares? A la hora de repasar las estadísticas del terror, recuerdo que en la primera administración Uribe, aprobaron el proyecto de Ley, Justicia y Paz, cuyos objetivos eran la desmovilización, rehabilitación y reinserción a la vida civil de grupos al margen de la ley de guerrillas y autodefensas-paramilitares. Y adivinen el resultado. El solo hecho de que el actual Presidente esté negociando la paz, quiere decir que la anterior administración no cumplió con su programa de gobierno, y tampoco le cumplió al país.

Es preocupante entonces, que gran parte de los colombianos que piensan y deciden con criterio, elijan una alternativa llena de dudas y escabroso historial político, que más daño que bien ha hecho al país. Pero juzguen Ustedes. Ad portas de la segunda vuelta de elecciones presidenciales, a los colombianos nos han sugestionado con sus deshonestas campañas políticas que en vez de aclarar han confundido. Las Farc han protagonizado una guerra de 50 años que el Estado financia y la ciudadanía paga con sangre, pero el paramilitarismo también ha puesto sus muertos. Y son miles.

La tal seguridad democrática de la que tanto nos hablan es una farsa, nos dio tranquilidad en su momento y nos permitió regresar a las carreteras, sin embargo, y gracias a esa guerra que se masificó, se multiplicó el número de personas en situación de desplazamiento forzoso y el Estado gastó más de $21 billones en despliegue de seguridad, casi todo para combatir grupos de guerrillas. Imagínense esa inversión en educación y salud. En un país como Colombia, donde en materia de guerras está todo casi hecho, mi criterio como ciudadana, y también como víctima del conflicto, es que llegó la hora de probar haciendo la paz.

Los colombianos no queremos escoltas, ni agentes de Policía en cada esquina, queremos caminar tranquilos, sin guerrillas y sin las “convivir”. Nadie en este país tiene moral ni autoridad para reprochar los diálogos de paz, porque el proceso de guerra se hizo durante 8 años, y no funcionó. En cambio sí enriqueció más a los ricos y aumentó la miseria de los pobres. Aunque de lograr la paz, me preocupa el pos-conflicto. Para ello es necesario un plan de contingencia que evite lo que sucedió con la supuesta desmovilización del paramilitarismo, que ocasionó un feroz surgimiento de bandas criminales y pandillas juveniles que proyectaron la insurgencia.

El asesinato de un paramilitar no duele menos que el de un guerrillero. Así, a este país sin memoria solo le digo: vivir la guerra no es verla por televisión desde la comodidad de tu hogar, la guerra tiene un alto precio que solo conocen los que han puesto muertos en ella.


domingo, 25 de mayo de 2014

A LA BUENA DE DIOS

Está claro que ya nos fregaron, han sido muchas las gotas que han rebosado esta copa, y aunque nos hayan calificado como el país más feliz, retenemos en el alma un dolor acumulado que nos encanta porque el masoquismo es nuestra principal característica.

Hoy por fin se efectúa el tan esperado debate electoral, muchos pensaríamos que es el final de una estúpida batalla campal sumida en un incontrolable –dime que te diré- y aunque así lo anhelamos me lleno de pena al decirles mi pronóstico: esto apenas comienza. En Colombia estamos viviendo la misma situación de Venezuela al concluir que estamos divididos. Una mitad del país está con el senador electo  Álvaro Uribe y su candidato a la presidencia Oscar Iván Zuluaga, y la otra mitad está con el candidato presidente Juan Manuel Santos. Somos un chiste de país cuando veo que el principal escenario de guerra es el tuiter y los insultos las armas. Qué debemos esperar los colombianos de candidatos que hacen campaña agrediendo a sus opositores. La idea no es hacer que al otro le guste el candidato que yo quiera, pero señores, las cartas están echadas y de nosotros depende cuál escoger.

Esa pendejada de si elegir la guerra o la paz… no perdamos el tiempo. La guerra no se acaba con más guerra. Los personajes en mención no hacen nada ni dejan hacer. Fuera de las cúspides políticas, es decir, acá en los hogares, en el campo, en la esquina, la tienda, la plaza del pueblo, cada colombiano está recibiendo el ejemplo de nuestros dirigentes, unos se pelean y otros se hacen matar por defender a sus candidatos. Sobre pasamos los límites, y es momento de analizar el contexto: no es que no se respete el pensamiento ajeno, una cosa es el respeto al libre pensar y otra que marca la diferencia es hacer entender al compatriota que tiene los ojos vendados. El pasado ciclo presidencial contó con ocho años (dos períodos presidenciales) para acabar la guerrilla, y no lo hizo, lo que quiere decir que no cumplió con su plan de gobierno. La tal seguridad democrática se convirtió en pañitos de agua tibia, al país le quedó gustando tomar decisiones permanentes bajo emociones pasajeras.

Una decisión permanente es vender tu voto, y una emoción pasajera son los 50 mil pesos que recibes, y que no alcanzan para dos días de comida. Intenten no vender su consciencia y esos 50 mil se multiplicarán por más oportunidades, es cuestión de sentido común.
Refiriéndonos a los debates presidenciales que hemos tenido la penosa oportunidad de escuchar, nos damos cuenta que no hay nada serio ni estructurado en ninguna de las propuestas, no es nada diferente a lo que hemos escuchado antes. Todos los candidatos hablan del qué harán pero nadie dice cómo, y porqué sí creerles esta vez.

En Colombia tenemos un problema mayor al de la guerrilla o la pobreza, y es la misma barrera que impide el desarrollo en muchos otros países, hablo de la corrupción, mientras la haya todos sus derivados: desempleo, hambre, pobreza extrema, niñez sin educación, guerra, muerte, etc. seguirán presentes. Es cuestión de tiempo para darnos cuenta de que la suerte está echada y que faltan pocas horas para poner de nuevo el conteo desde cero y repetir durante cuatro años más la historia que ya conocemos, una de mentiras, de chuzadas,  con falsos testimonios, parapetos politiqueros, mermeladas, parapolíticos disfrazados y un pueblo cegado que vota por la ilusión de que esta vez será diferente.

Debe primar en Colombia la inversión en educación y salud. Cuando los grupos paramilitares supuestamente fueron desmovilizados, el resultado fue la creación de bandas criminales, o sea, el flagelo sigue presente. Si la guerrilla se desmoviliza, el resultado no será diferente y por una sencilla razón, en Colombia no hay suficientes oportunidades de desarrollo, la delincuencia es producto de la pobreza y la corrupción. La labor del Presidente debe iniciar por combatir la podredura de todos los entes del Estado, y empezar a educar más.

Ciudadano vote bien, piense en la historia, la de su país, la suya, analice los hechos, lea, indague, pregunte, hágase sentir, pero lo más importante ayude a su nación a elegir propuestas nuevas y con contexto, las campañas sucias y de clases políticas corruptas es un factor que Ud. y los suyos deben identificar. Suerte a todos y que Dios nos ampare.