En mi época de estudiante
de Comunicación Social hace 13 años, cuando empecé a dar valor al conocimiento
que me enfundaban mis profesores, grandes todos y merecedores de una calidad
humana y profesional incalculable, por mencionar algunos a Jorge Peñaloza,
Jaime De La Hoz y Germán Hennessey con los que he tenido el honor de compartir
escenario laboral, la perspectiva que teníamos frente a los medios de comunicación
era muy diferente a la que tenemos hoy día. En ese año (2000) iniciaba mis
pininos en el Canal Regional Telecaribe y aún no conocía muchos detalles del
medio. Experimenté en la presentación y me di cuenta que los más bellos
reinaban en el set de TV., luego en la reportería donde descubrí que el
verdadero periodismo está en la calle, más adelante encontré en la escritura mi
fuente máxima de expresión y la mejor forma de perfeccionar la afinación de
pluma y sentido periodístico.
Ha pasado poco más de
una década y todo ha cambiado de lugar y perfil, no es precisamente un cambio
beneficioso y cada vez el detrimento es mayor. Hace 40 años por ejemplo, el
periodismo se veía como un oficio de alto respeto y dignidad que se jugaba
entre escenarios intelectuales y políticos, la ejercían personas, empíricas o
no, con mentes brillantes y actitudes correctas. El cuarto poder, llamado así
precisamente por la influencia que tiene la prensa en los diferentes temas
mundiales, es un campo que se halla en perpetua expansión y donde la corrupción
y la parcialidad han llegado.
En Colombia se ha
constituido en práctica de algunos medios de comunicación la pérdida de objetividad
de la información, entre tanta competencia por agarrar primero la chiva
periodística se pierde el rumbo real de la noticia. Hay de donde ver, leer y
escuchar, y sucede que lo que dice un medio no es lo mismo que confirma el
otro, y ni hablar del enfoque. Hay que destacar que la objetividad de la
información es inexistente, pero es la pretensión de los espectadores, quienes
se refugian en la prensa para conocer la verdad de un hecho. La política y sus
actores influyen en gran medida en esta situación, que en su afán por alcanzar
el poder, hacen uso de profesionales de la prensa para adoptar el mejor perfil
frente a los medios.
La formación del periodismo
colombiano es bien visto en el exterior, prueba de ello los numerosos
comunicadores que triunfan en medios mundiales. Las facultades de este oficio
en el país gradúan anualmente 4.500 comunicadores, y el mercado laboral no
absorbe suficientemente a los egresados, la plaza es cada vez más escasa y
competida, pero no porque no haya donde trabajar, sino porque el sartén del
mercado periodístico lo tienen unos pocos agarrado por el mango. No basta ya
con tener el título y ser bueno en el oficio, es importante ser amigo del más
poderoso y hasta tener una cara bonita.
Siguiendo con el tema
de la objetividad, la revolución de los medios ofrece un modelo cultural
uniformado con la visión de quien hace la noticia. El vestuario, el dialecto,
la música, qué ver y qué oír ya no es decisión nuestra, es un molde impuesto
también por la prensa que tiene relación con la parcialidad como marco de
referencia de qué se debe o no difundir. La pantalla del televisor muchas veces
nos muestra historias erróneas y mal contadas brindando un panorama que dista
de la realidad. Pero ese es el periodismo de hoy, uno que cualquier anónimo
puede hacer; esa realidad maquillada es la que conoce el resto de la humanidad.
El periodismo es una
actividad sumamente delicada, requiere de un alto sentido de la ética y una
formación que nunca termina, se necesitan profesionales con agallas que
conozcan e identifiquen la diferencia entre hacer periodismo por ideales o por
negocio. O como dice Kapuscinski “si antes la prensa tenía como fin reflejar el
mundo, ahora los grandes medios se limitan a reflejar su mundo compitiendo
entre ellos. Ya no interesa tanto lo que sucede afuera, sino que los demás no
se adelanten, que no publiquen algo que ellos no tienen.”
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