Soy una
asidua defensora de los derechos humanos y reproduzco la voz de que el respeto
hacia los mismos es el único camino a la paz en un país de intolerancia como el
nuestro, y además soy mujer, suficiente indicador para amar el idioma sexista,
pero no es así. Desde hace algunos años se batalla una lucha entre las
defensoras de los derechos humanos y la RAE (real academia de la lengua
española) por justificar la inclusión del género femenino en los discursos orales
y escritos. Déjeme decirles queridas amigas, el género gramatical no tiene nada
que ver con el asunto del sexo, y pienso que el tiempo que se gasta en este
debate debe ser gastado en la verdadera defensa de la vida de los hombres
(incluyo a las mujeres).
Cuando yo
digo “todas las personas ejercitan sus músculos” aunque “personas” es femenino
no excluye a los hombres, y “músculos” aun cuando es masculino no excluye a las
mujeres. Entonces, es una total estupidez intentar llegar a una conclusión en
un debate que si bien está tomando fuerza es absurdo y redundante, porque si
queremos ser estrictos frente a una regla que obligue la presencia del lenguaje
sexista la siguiente oración: “Aumenta preocupación de padres de familia por el
alto consumo de drogas en adolescentes”, con un lenguaje incluyente iría así:
“Aumenta preocupación de padres y madres de familia por el alto consumo de
drogas en adolescentes y adolescentas”. Si algunas mujeres que se sientes
excluidas piden sentido común para el tema, pues yo pido lo mismo, el idioma
sexista es feo e inútil, acaba con la sintaxis del texto, porque repito, el
género es un asunto gramatical, más no sexual.
Frente a
esto, las posiciones encontradas no se hicieron esperar, el filósofo y
catedrático de la Universidad Complutense Gabriel Albiac, afirmó: "Pretender
modificar a voluntad el uso de las palabras es una exhibición de
analfabetismo". Últimamente los discursos políticos refieren “presidenta”,
“concejala”, entre otros adefesios idiomáticos. Déjenme explicarles algo: el participio
activo del verbo ser es “ente”, es decir, el que es. Esto indica que cuando
queremos denotar que una persona está en la capacidad de ejecutar la acción que
indica el verbo, inmediatamente agregamos a la raíz su participio activo que es
“ente”. Así, a la persona que preside se le dice presidente (independientemente
de que sea hombre o mujer), lo mismo aplica para: adolescente, paciente,
estudiante, palabras que se escriben igual, así nos refiramos a hombre o mujer,
lo único que cambia es el artículo que se antepone, ejemplo: el estudiante, la
estudiante. El paciente, la paciente. ¿Qué discriminación encuentran aquí?
Muchos
analistas a nivel mundial han referido este tema. El siguiente es otro ejemplo
de lo que sería la redacción con lenguaje incluyente que expresó Héctor Abad
Faciolince, en un escrito que tituló “colombianos y colombianas, ¿ridículos y
ridículas?” donde describe lo siguiente: “si el manual de estilo del periódico
obligara a los periodistas a utilizar un lenguaje incluyente, el título -piden
cadena perpetua para violadores de niños- quedaría así –piden cadena perpetua
para violadores y violadoras de niños y de niñas- .” ¿No les parece que en la
oración algo redunda?
La
Academia desaprueba algunas guías que visualizan el lenguaje incluyente como
una forma de tener en cuenta a la mujer (aunque esto no lo garantice), porque
contraviene a las normas generales del español, más claro no canta un gallo. Como
mujer defensora de los derechos humanos y del idioma, estoy segura de que este
debate no eleva el respeto a la mujer por parte del público masculino. Más bien
respetemos el legado de Cervantes, así como lenguas extranjeras respetan sus
reglas. No se trata de que el lenguaje
evolucione, porque cuando hablamos de evolución está claro que surgen mejoras,
todo lo contrario el tema en cuestión afea el discurso y es completamente
innecesario.
Resultaría
mejor armar un debate mundial sobre qué estrategia usar para educar desde la
infancia en derechos humanos, cuáles son y cómo hacerlos respetar, ya que
alrededor del tema se habla más de lo que se ejecuta, y que la emisión de datos
e informes, sean sólo un valor agregado de ese intento por disminuir los
índices de intolerancia. Continuamos en mora con la humanidad, el respeto por
los derechos humanos de la mujer van más allá de un adjetivo sexista.