Estuve leyendo con
detenimiento un informe que llegó a mis manos sobre las inversiones que el
Gobierno Nacional está haciendo en el presente año. Quedo atónita cuando veo
que la nutrida cifra no es precisamente para los sectores más vulnerables de
Colombia. Estamos hablando de los $21,5 billones que le cuesta la guerra al
país, un monto absurdo para una patria con unas estadísticas deprimentes de
analfabetismo y hambruna. Y no solamente referimos el costo de armamentos u
otros aspectos logísticos que demanda una guerra, dirigimos la mirada entonces
a los atentados y la destrucción masiva a algunos sectores de la industria.
Cuánto ahorro existiría
en el país si se redujeran los costos en materia de seguridad a la que la
mayoría de las empresas invierten más del 4% de sus utilidades. Solamente desde
el año 2012 a estos días, las compañías de energía y las petroleras pierden
miles de millones de pesos por reparar atentados de parte de grupos insurgentes
en contra de su infraestructura, dando como resultado que las facturas de
energía y por supuesto la gasolina y otros derivados del crudo eleven sus
precios. Imagínense todo ese dinero invertido en escuelas y hospitales en zonas
rurales de poco acceso, o en la construcción de vías y puentes para facilitar
la llegada de productos del campo hacia las ciudades, recordando que algunos de
esos productos tienen un alto costo por la misma dificultad que demanda su
llegada a los diferentes sectores del mercado.Si el estado colombiano se dedicara a invertir en la educación parte de lo que gasta en la guerra, que es aproximadamente el 3.6% del PIB, nuestra historia sería otra. Con una sociedad educada la pobreza azotaría con menos fuerza. Un conflicto interno reduce el crecimiento de un país por razones evidentes en materia social y económica. Ahora bien, imagínense Uds. el costo de la guerra colombiana desde hace más de 50 años. ¿Qué seríamos hoy día? Pues un país tres veces más rico.
Hasta ahora anoto algunos datos de la estadística que refieren el costo material, porque sin duda la destrucción humana que deja la guerra es mucho más grande y peor aún, no se recupera. El dolor de miles de familias campesinas que siguen llorando a sus hijos reclutados, a sus mujeres abusadas, a sus niños muertos sin tener nada que ver en el conflicto, es el flagelo que continúa alimentando el odio aun cuando se haya perdonado. Las escalofriantes cifras superan los 5.7 millones de víctimas en desplazamiento forzado, 220 mil muertos, 25 mil desaparecidos y casi 30 mil secuestrados, sin mencionar los testimonios desgarradores de los sobrevivientes quienes tienen que llevar el peso en su memoria. Es hora de elevar el ancla y seguir el rumbo del cese de la guerra. La patria está esperanzada en los diálogos de paz aun cuando existan personas escépticas. Muchos se preguntan por qué razón mientras en Cuba se habla de paz Colombia sigue sumando sus muertos, infortunadamente la guerra está activa y se decidió conversar en medio del conflicto, eso nos llena de incertidumbre.
La guerra no se acaba con otra guerra y desatando el miedo no detiene a los opresores; necesitamos una vida nueva, con más educación que es el único factor que nos da un poco de equilibrio en medio de la opresión que tiene a más de la mitad del país inmerso en el escepticismo. Nos queda pensar que el costo de la guerra tiene un único fin, el camino a la paz.