Todavía no salgo de mi asombro, durante toda mi vida he tenido conocimiento de agresiones entre jóvenes en espacios escolares, antes se le llamaban bromas de mal gusto a la que padres y docentes no le daban mayor importancia. Hoy, se llama “matoneo” y es una violación a la integridad física de un estudiante. Es preocupante la monumental evolución que ha tenido esta fusta que hasta el Gobierno Nacional decretó una Ley de Convivencia Escolar y la institución que no la cumpla será sancionada disciplinariamente. Este problema se ha llevado más de una decena de adolescentes a la tumba y tiene a otros tanto en la cuerda floja, casi que impedidos para poder resolver su martirio.
El “matoneo” o “bullying” (término en inglés) es definido por ICBF como una de las formas de violencia estudiantil que se refiere a una conducta agresiva, deliberada y repetitiva que provoca molestia en otro. Ahora bien, el Diccionario de la Real Academia Española lo define así: “asesinar a alguien a traición, estando al acecho”. ¿No les parece aterrador?
Por ahí dicen que es mejor prevenir que lamentar, pero a nosotros nos encanta hacer todo lo contrario. Y esto es precisamente lo que creo que ha sucedido. Echarle la culpa a los centros educativos es querer, como padres de familia, lavarnos las manos. Es evidente la ligereza con la que queremos educar a los hijos en valores y principios morales, nuestros modelos educativos le dan prioridad al hecho de tener un hijo bilingüe y que se conozca hasta la última aplicación de la Tablet que le hemos regalado para su entretención, porque ya hasta se reemplazó las idas al parque por el uso indiscriminado de la tecnología. Ya no hay diálogo, juegos en familia, la reprimenda al niño cuando hizo lo que no debía por aquello de que se traumatiza, las nalgadas a veces son necesarias, esa era del merecimiento nos tiene inútiles frente a un enano que se está agigantando.
Esas bromas escolares
del compañero de épocas pasadas, se están convirtiendo en la sentencia de los verdugos de hoy; todos
hemos leído sobre las principales características que rodean a un joven agresor
y por consiguiente a un matoneado, y las estadísticas muestran que el primero
fue un niño abusado, creció en un hogar inestable y violento. Pero es lógico
que existan otros componentes que alimentan este morbo en algunos jóvenes. Un
estudio de la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud arroja que el 20%
de los niños en el país son matoneados.
Recordemos que son tres
los entornos que rodean un niño: familiar, escolar y social. Por un lado está
la familia que es el núcleo principal en el proceso de crianza; luego viene la
época escolar que es cuando empieza a interactuar con otros niños de su edad; y
por último el social, la pesadilla más grande a la hora de querer a nuestros
hijos caminando derechito sin que nada ni nadie los desenfoque. Es aquí cuando
no debemos agachar la mirada, recordemos que la invitación a ser violentos está
por doquier, cuando un gobierno aumenta injustificadamente los impuestos y sale
toda una nación a protestar; cuando tarareamos una canción donde llamamos
bandida a una mujer; cuando nos causa placer masacrar vidas en un videojuego; hasta
pareciera que a la prensa le da pereza emitir notas positivas por aquello del
rating; cuando pagamos en el cine por ver como torturan sin sentido a otras
personas, porque recordemos que eso es lo que se vende; en fin, estamos
acabados y el mundo gira alrededor nuestro y ni cuenta nos dimos, porque
estamos muy ocupados.
La ausencia de límites
y reglas de convivencia acrecentó un problema que se puede controlar con un
poco de amor y dedicación a nuestros niños, mantenerlos alejados de todo lo que
incite al terror y el fanatismo, factores estúpidos que nos hipnotizan,
teniendo presentes que las víctimas del matoneo así como sus victimarios son
potenciales sociópatas en su vida adulta, y de esos ya no queremos más.
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