Hace un tiempo escuchaba
atenta el testimonio de una mujer que fue violada y torturada cuando tenía solo
5 años. Aunque me dice que ya perdonó a su transgresor, mantiene el recuerdo
vivo. Su verdugo nunca pagó condena alguna porque no fue denunciado, razones
que tienen que ver con la vergüenza y la honra familiar, ya que se trataba de
un pariente cercano quien protagonizó el hecho, igual que como ha sucedido en
la mayoría de los abusos sexuales a menores.
La violencia sexual ha sido
parte de muchos escenarios desde inicios de la humanidad, se conocen casos de
incesto que jamás han sido denunciados, sobretodo en lugares apartados y zonas
rurales donde tienen poco acceso a sistemas de educación y comunicación, y
donde se llega al punto de ver como ‘normal’ dichas situaciones. Desde tiempos
medievales, durante las guerras y disputas sociales y políticas, la violencia
sexual ha sido un arma como medio de sublevar al enemigo, siendo las víctimas
en su mayoría niñas y mujeres adultas.
Aunque en otro tipo de delitos como la
pederastia las víctimas son varones que en su mayoría no superan los 13 años.
La trata de personas y la esclavitud sexual, es otra de las cruces que tienen
que cargar las autoridades, con resultados muy por debajo de las expectativas.
El anterior panorama completo lo encontramos en un solo país, Colombia.
A pesar de los intentos de
la ley por amonestar duramente estos delitos, se queda corta.
Proyectos de ley
van y vienen, amenazas de cadenas perpetuas, campañas de la no violencia
sexual, la ley en contra del feminicidio, todo este mundo de información dirige
el barco a una sola vía: la basura. Todo está en el papel, y ahí se va a quedar
porque no basta con una pena máxima que lo único que genera son más impuestos a
los colombianos a juzgar por lo costoso que significa mantener 60 años en las
penitenciarías del país, a miles de pedófilos y abusadores sexuales, que nunca
se van a resocializar. Cada día en Colombia, según indicadores, son agredidos sexualmente
122 menores (según Diario El Tiempo), ¿no les parece esto un problema de salud
pública a juzgar por lo enferma que está la sociedad?
Pero empecemos por el
principio. A inicios del año pasado se prohibió la educación sexual en las
escuelas de primaria en el país. Las niñas no saben qué es la vulva porque
desde que aprenden a hablar se refieren a sus genitales con otros términos,
igual pasa con los niños. El sexo es malo y para muchas sociedades es un
pecado. Crecimos creyendo que nuestro cuerpo es una vergüenza, no ha existido
nunca una formación integral en el tema que guíe al menor en su vida sexual, y
a la mayoría les toca aprender en la calle lo que les debieron informar en casa
y afianzar en las escuelas, para así, no dar lugar al morbo y a la depravación,
sin mencionar la otra problemática del creciente fenómeno de los embarazos
adolescentes, producto de esta mala praxis social.
Estamos de acuerdo que el
castigo a violadores debe ser ejemplar y duro, proporcional al tipo de delito
cometido, sin dar lugar a beneficios para unos y otros no; anoto esto porque
detrás de la falta de denuncias, viene también la falta de fe en las
autoridades colombianas. A este país le hace falta un diagnóstico que evalúe la
raíz del problema ya que los paños de agua tibia han inflamado más la herida.
Una propuesta diferente y atroz como la castración química sería conveniente,
alterno a un trabajo coligado de padres de familia, instituciones educativas y
las autoridades competentes, liderado por el Gobierno Nacional. Una tarea compleja,
pero no imposible.