lunes, 30 de septiembre de 2013

EL COSTO DE LA GUERRA ¿Y LA PAZ?


Estuve leyendo con detenimiento un informe que llegó a mis manos sobre las inversiones que el Gobierno Nacional está haciendo en el presente año. Quedo atónita cuando veo que la nutrida cifra no es precisamente para los sectores más vulnerables de Colombia. Estamos hablando de los $21,5 billones que le cuesta la guerra al país, un monto absurdo para una patria con unas estadísticas deprimentes de analfabetismo y hambruna. Y no solamente referimos el costo de armamentos u otros aspectos logísticos que demanda una guerra, dirigimos la mirada entonces a los atentados y la destrucción masiva a algunos sectores de la industria.
Cuánto ahorro existiría en el país si se redujeran los costos en materia de seguridad a la que la mayoría de las empresas invierten más del 4% de sus utilidades. Solamente desde el año 2012 a estos días, las compañías de energía y las petroleras pierden miles de millones de pesos por reparar atentados de parte de grupos insurgentes en contra de su infraestructura, dando como resultado que las facturas de energía y por supuesto la gasolina y otros derivados del crudo eleven sus precios. Imagínense todo ese dinero invertido en escuelas y hospitales en zonas rurales de poco acceso, o en la construcción de vías y puentes para facilitar la llegada de productos del campo hacia las ciudades, recordando que algunos de esos productos tienen un alto costo por la misma dificultad que demanda su llegada a los diferentes sectores del mercado.

Si el estado colombiano se dedicara a invertir en la educación parte de lo que gasta en la guerra, que es aproximadamente el 3.6% del PIB, nuestra historia sería otra. Con una sociedad educada la pobreza azotaría con menos fuerza. Un conflicto interno reduce el crecimiento de un país por razones evidentes en materia social y económica. Ahora bien, imagínense Uds. el costo de la guerra colombiana desde hace más de 50 años. ¿Qué seríamos hoy día? Pues un país tres veces más rico.

Hasta ahora anoto algunos datos de la estadística que refieren el costo material, porque sin duda la destrucción humana que deja la guerra es mucho más grande y peor aún, no se recupera. El dolor de miles de familias campesinas que siguen llorando a sus hijos reclutados, a sus mujeres abusadas, a sus niños muertos sin tener nada que ver en el conflicto, es el flagelo que continúa alimentando el odio aun cuando se  haya perdonado. Las escalofriantes cifras superan los 5.7 millones de víctimas en desplazamiento forzado, 220 mil muertos, 25 mil desaparecidos y casi 30 mil secuestrados, sin mencionar los testimonios desgarradores de los sobrevivientes quienes tienen que llevar el peso en su memoria.  Es hora de elevar el ancla y seguir el rumbo del cese de la guerra. La patria está esperanzada en los diálogos de paz aun cuando existan personas escépticas. Muchos se preguntan por qué razón mientras en Cuba se habla de paz Colombia sigue sumando sus muertos, infortunadamente la guerra está activa y se decidió conversar en medio del conflicto, eso nos llena de incertidumbre.
El país no aguanta un impuesto de guerra más, Colombia merece despertar con mayores y mejores cifras en inversión para la educación. Actualmente son 2.7 millones de iletrados que hay en el país en un rango de edad que oscila entre los 15 y 24 años (según datos del Ministerio de Educación) una taza que preocupa en comparación con otros países de Latinoamérica; Guajira y Chocó son los departamentos con mayor problemas de analfabetismo.

La guerra no se acaba con otra guerra y desatando el miedo no detiene a los opresores; necesitamos una vida nueva, con más educación que es el único factor que nos da un poco de equilibrio en medio de la opresión que tiene a más de la mitad del país inmerso en el escepticismo. Nos queda pensar que el costo de la guerra tiene un único fin, el camino a la paz.

lunes, 16 de septiembre de 2013

TU COMPAÑERO O TU VERDUGO


Todavía no salgo de mi asombro, durante toda mi vida he tenido conocimiento de agresiones entre jóvenes en espacios escolares, antes se le llamaban bromas de mal gusto a la que padres y docentes no le daban mayor importancia. Hoy, se llama “matoneo” y es una violación a la integridad física de un estudiante. Es preocupante la monumental evolución que ha tenido esta fusta que hasta el Gobierno Nacional decretó una Ley de Convivencia Escolar y la institución que no la cumpla será sancionada disciplinariamente. Este problema se ha llevado más de una decena de adolescentes a la tumba y tiene a otros tanto en la cuerda floja, casi que impedidos para poder resolver su martirio.
El “matoneo” o “bullying” (término en inglés) es definido por ICBF como una de las formas de violencia estudiantil que se refiere a una conducta agresiva, deliberada y repetitiva que provoca molestia en otro. Ahora bien, el Diccionario de la Real Academia Española lo define así: “asesinar a alguien a traición, estando al acecho”. ¿No les parece aterrador?

Por ahí dicen que es mejor prevenir que lamentar, pero a nosotros nos encanta hacer todo lo contrario. Y esto es precisamente lo que creo que ha sucedido. Echarle la culpa a los centros educativos es querer, como padres de familia, lavarnos las manos. Es evidente la ligereza con la que queremos educar a los hijos en valores y principios morales, nuestros modelos educativos le dan prioridad al hecho de tener un hijo bilingüe y que se conozca hasta la última aplicación de la Tablet que le hemos regalado para su entretención, porque ya hasta se reemplazó las idas al parque por el uso indiscriminado de la tecnología. Ya no hay diálogo, juegos en familia, la reprimenda al niño cuando hizo lo que no debía por aquello de que se traumatiza, las nalgadas a veces son necesarias, esa era del merecimiento nos tiene inútiles frente a un enano que se está agigantando.

Esas bromas escolares del compañero de épocas pasadas, se están convirtiendo  en la sentencia de los verdugos de hoy; todos hemos leído sobre las principales características que rodean a un joven agresor y por consiguiente a un matoneado, y las estadísticas muestran que el primero fue un niño abusado, creció en un hogar inestable y violento. Pero es lógico que existan otros componentes que alimentan este morbo en algunos jóvenes. Un estudio de la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud arroja que el 20% de los niños en el país son matoneados.
Recordemos que son tres los entornos que rodean un niño: familiar, escolar y social. Por un lado está la familia que es el núcleo principal en el proceso de crianza; luego viene la época escolar que es cuando empieza a interactuar con otros niños de su edad; y por último el social, la pesadilla más grande a la hora de querer a nuestros hijos caminando derechito sin que nada ni nadie los desenfoque. Es aquí cuando no debemos agachar la mirada, recordemos que la invitación a ser violentos está por doquier, cuando un gobierno aumenta injustificadamente los impuestos y sale toda una nación a protestar; cuando tarareamos una canción donde llamamos bandida a una mujer; cuando nos causa placer masacrar vidas en un videojuego; hasta pareciera que a la prensa le da pereza emitir notas positivas por aquello del rating; cuando pagamos en el cine por ver como torturan sin sentido a otras personas, porque recordemos que eso es lo que se vende; en fin, estamos acabados y el mundo gira alrededor nuestro y ni cuenta nos dimos, porque estamos muy ocupados.

La ausencia de límites y reglas de convivencia acrecentó un problema que se puede controlar con un poco de amor y dedicación a nuestros niños, mantenerlos alejados de todo lo que incite al terror y el fanatismo, factores estúpidos que nos hipnotizan, teniendo presentes que las víctimas del matoneo así como sus victimarios son potenciales sociópatas en su vida adulta, y de esos ya no queremos más.

lunes, 9 de septiembre de 2013

UN EXORCISMO NOS VIENE BIEN


“Si Uribe de nuevo se lanza a la presidencia, vuelvo a votar por él”, esta frase, más popular que de costumbre por estos días, retumba en mis oídos como un garrotazo sonaría en mi cabeza. No estoy en contra o a favor de ningún movimiento político, simplemente me he llenado de razones para dejar de creer en nuestros gobernantes y también en quienes los eligen, que es el pueblo. Deduzco que Colombia necesita un exorcismo, pareciera que el más oscuro de los espíritus se hubiera apoderado de la conciencia de los ciudadanos porque no encuentro motivo alguno para que la gran mayoría anhele un gobierno que debe quedarse en el pasado, para olvidar la vergüenza de la parapolítica y de sus implicados encarcelados, de los falsos positivos y de la creación de un sistema de salud que más que eso parece una máquina de tortura de la inquisición.

 Por estos días de paros en el país, han salido a flote las inconformidades de toda una nación: la agricultura, los cafeteros, los camioneros, instituciones educativas, etc., y de ñapa los vándalos aprovechándose de la situación  para participar en lo que mejor saben hacer, desastre. Meditando un poco, el Gobierno de Álvaro Uribe fue ensalzado por su carácter firme y beligerante hacia los grupos insurgentes, que cuando éste tomó su posesión en el 2002 tenían al país sumido en un miedo irreparable. Tuvo ocho años (dos períodos presidenciales) para que sus estrategias de acabar la guerra dieran frutos y a nuestros días la guerrilla sigue viva ¿cuántos años más necesitaba? Por otra parte, el Gobierno de Juan Manuel Santos reemplazó las armas por la mesa de los diálogos de paz, mientras se escriben líneas de acuerdos, los muertos en Colombia siguen sumando, entonces ¿cuántos muertos más necesitamos para acabar la guerra? Ahora la pregunta del millón, ¿Cuál gobierno dio mejores o peores resultados? Nada ha cambiado, todo está donde lo dejaron.

De nada sirve poder viajar tranquilos por las carreteras de Colombia, si en las clínicas y hospitales la gente muere porque nuestro sistema de salud es el peor, que en muchos rincones de nuestro país sigan muriendo de hambre niños, esos mismos que vemos en los semáforos limpiando parabrisas y realizando piruetas circenses, pero es muy difícil para un padre que tiene todo para ofrecer a sus hijos, digerir esta realidad, por eso en vez de emitir nuevas ideas, prefieren un gobierno que pensó que sembrando el miedo podría arreglar la cosa. Hay mucho por hacer, sí se puede porque los recursos están, pero los resultados siguen siendo fantasmas.

Están muy bien las diferencias de pensamiento, eso nos hace seres sociales, pero me parece una canallada las discusiones sin criterio.  Para participar en un debate lo mínimo que se requiere son dos detalles infaltables: conocer la historia del hecho y tener juicios. ¡Que Uribe es mejor o peor!, ¡que a Santos le faltan pantalones y no sirve para nada! son los gritos de un país dividido pero sobretodo desenfocado que conoce la existencia de una olla podrida, pero prefiere cubrirse la nariz para no sentir su olor y poder agarrar tajada de su contenido.

Este Paro agrícola era muy necesario y mi convencimiento se solidificó aún más cuando vi el documental “9.70” que ha causado polémica por mostrar cómo unos funcionarios del ICA destruyen 62 toneladas de semillas de arroz en Campoalegre en el Huila por ser ésta una pepa no certificada, yendo en contracorriente con una costumbre ancestral practicada por nuestros campesinos, quienes a su vez culpan al TLC con EE.UU y Europa. ¿Se justifica haberlo destruido en vez de regalar este grano? En el mundo agrícola, existe la semilla certificada y la criolla, con ésta última no había pasado nada hasta que se consolidó la normativa 970 desde el 2010, que la cataloga de ilegal creando una guerra entre campesinos y las multinacionales. Los campesinos son sagrados, de ellos depende que nuestra despensa esté llena.

Es necesario el exorcismo, Colombia reclama ideas renovadoras, verdaderos líderes escogidos por un pueblo consciente y agresivo en defensa de su pensamiento. Nos viene bien leer la Constitución Política de Colombia, los inicios del conflicto armado, estudiar el pensamiento de los mejores estrategas políticos que ha tenido el país, la mayoría asesinados. Es eso, o seguir sumergidos en el mundo de “Alicia en el país de las maravillas”.