Sentada en el auditorio
escuchaba atenta la exposición de Cecilia López Montaño, conocida por todos por
su larga carrera política y una aliada del empoderamiento económico de la mujer.
Cada vez que pronunciaba palabra, más perpleja me quedaba frente a un tema que
me incumbe, no sólo por pertenecer al género femenino, sino porque es un
problema de nuestra sociedad que viene de tiempos arcaicos, y es la desigualdad
de género. Yo creo más bien que las generaciones han malinterpretado esa parte
de la biblia que dice que Dios nos extrajo de una costilla de Adán.
Por siglos hemos estado
sumidas a la sombra de los hombres en todos los aspectos de nuestra vida, la
gran mayoría de las veces, por no decir todas, por el hecho de tener que
dedicarnos a la maternidad. Pero resulta, que la famosa economía del cuidado,
término famoso en Latinoamérica y desconocido por muchos en este país, es tema
de debate que refiere todo trabajo doméstico poco recompensado, como el cuidado
a otra persona por ejemplo. Este fenómeno ha demandado pensar en la idea de que
las mujeres somos más pobres que los hombres, vinculada esta situación al
creciente número de mujeres como jefes de hogar.
Independientemente de
la definición de la pobreza de género, se ha evidenciado que hombres y mujeres
sufren la pobreza de formas diferentes, teniendo en cuenta la posición
geográfica, cultural, la edad y otros factores no menos importantes que
determinan un impedimento para ponerle frente. Las mujeres cargamos con el
mayor peso del hogar y sin recibir un solo centavo de remuneración; lo
anterior, como no tiene un valor de mercado, no reporta los beneficios
económicos y sociales que el trabajo remunerado sí conlleva, caminando a un
único camino, el de la independencia económica, un estigma que tiene que desaparecer,
porque ese cuento de que somos el sexo débil y por eso nos tienen que violar,
cachetear, gritar, acribillar y encima de todo quedarnos en casa lavando y
planchando, debe ser erradicado del planeta, teniendo en cuenta que este
flagelo no es tradicional de Latinoamericanos, es una fusta viviente en toda la
estratósfera .
Según Cecilia López, la
revolución de la mujer enardeció su actividad para la década del 90, pero
disminuyó entrado el siglo XXI, escenario donde se mantiene la discriminación
de la mujer, sin poder tener acceso a muchos sectores del mercado laboral eso
sin mencionar las innumerables barreras que llevamos a cuestas para obtener un
exquisito desenvolvimiento en la sociedad, como las responsabilidades
familiares (porque aún desde el trabajo seguimos solucionando los asuntos del
hogar), los prejuicios sociales que nos condenan y la discriminación por parte
de empleadores, tendencias que hacen parte de nuestra cultura y que no nos
permite llegar a la presidencia de un país ni mucho menos.
Estamos resumidas a un
pequeño número de oficios bajo el miserable pretexto “ese trabajo no es para
mujeres”, aún en estos tiempos de supuesta globalización y progreso cultural y
post-modernista, donde el machismo no permite tampoco igualar o superar los
sueldos. La búsqueda de igualdad de género debe continuar en una lucha
constante que no tenga que ver con espacios ni tiempos, es necesaria y justa
además. No deseamos tampoco que los hombres se queden en casa cuidando
terceros, pero sí que reconozcan, por lo menos, nuestros derechos y los
respeten. Recuerden que todos en el mundo salieron del vientre de una mujer,
razón suficiente para perpetuar un respeto hacia el género.
Existe un estrecho vínculo
entre pobreza y violencia a la mujer, pero ese es otro tema. Así las cosas, es
impostergable seguir batallando la guerra de la desigualdad de género y que el
Estado se mantenga en sus políticas de erradicar la pobreza. Cuando mujeres y
hombres trabajan en igualdad de condiciones en un mercado laboral, la economía
se activa, crece la necesidad de asistir a centros de educación y mejoran las
condiciones de vida. Los hombres deben dejar de decidir por nosotras y a su vez
las mujeres debemos sacudirnos y utilizar nuestra mejor arma: sin nuestra
fuerza el mundo sería como un océano sin agua.
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